El país más peligroso del mundo.

El miedo a lo desconocido.

Trigésimo cuarto relato "Living la vida Georgia" 16 febrero, 2018

Música: Loreena Mckennitt - Marco Polo

Armenia es, sin duda, uno de los países más peligrosos que he visitado hasta ahora.

Hace más de ocho meses que vivo en este cruce de caminos que es la región del Cáucaso, a caballo entre Oriente y Occidente, entre el Mar Negro y el Mar Caspio, un lugar que sufre los evidentes coletazos finales del antiguo imperio soviético y donde las diferentes etnias y religiones, que son legión, luchan ferozmente por subsistir, generando demasiados territorios en conflicto donde, a todas luces, nadie aconseja ir.

Armenia es uno de esos países cuyo nombre suena como un desgarrador grito de dolor. No solo fue despojada del mítico Monte Ararat, donde en sus nieves eternas se habría posado el Arca de Noé, sino que fue un pueblo masacrado por el imperio Otomano, obligado a errar y que sobrevive en un territorio reducido a una ínfima parte de lo que fue.

Nos adentramos en Armenia con excesivos prejuicios, con muchos agoreros previniéndonos y en invierno. El pequeño y montañoso país se reveló desde el primer instante como extremadamente peligroso: el agente de aduanas nos invitó amablemente a su casa a cenar, así como el chico con el que hicimos el seguro del coche, y un espontaneo que se acercó para traducir todo con una aplicación de su teléfono. Armenia nos siguió encandilando con sus peligros, como el de ser seducidos por la belleza de sus antiguos monasterios donde cientos de monjes y, teólogos residían extrayendo de sus ricas bibliotecas los tesoros del conocimiento, y sus viejas iglesias forjadas en el inicio del cristianismo que Armenia fue la primera en abrazar.

El peligro de caer rendido ante la arrogancia y misticismo de los khatchkars o cruces talladas en las rocas, que salpican el país estuvo presente durante todo nuestro viaje así como el peligro de sucumbir ante la amabilidad de los habitantes y de los paísajes dramáticamente hermosos, blancos y helados con majestuosas montañas, y sorprendentes cañones y desfiladeros.

La carretera fue tortuosa hasta llegar a Yerevan la capital, una de las ciudades más exuberantes y entrañables de Europa, donde nos sorprendimos por su modernidad y corrimos el peligro de probar una gastronomía compuesta por una sutil mezcla de influencias persas, griegas y mongolas que nos dejó embelesados. Nos deleitamos con su famosa sopa de yogur, con cilantro y otras hierbas aromáticas que no supimos descifrar y con carnes hechas a la brasa con un delicioso sabor a madera y humo.

Lo que desconocemos suele inspirarnos miedo, así que voy a perdonar a todos los que nos hablaron mal de Armenia.

Ahora ya lo sabes, no vengas a Armenia si nó quieres arriesgarte a rendirte ante el único peligro que hay aquí: enamorarte de ella.

 

 

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