Usghuli, las torres remotas del Cáucaso.

Una mala decisión.

Séptimo relato "Living la vida Georgia" 16 de junio , 2017.

La chica de la oficina de turismo de Kutaisi fue clara y concisa: Usghuli no pertenecía a Imeretia, por lo que no me podía dar información de como llegar, al pueblo que está considerado como el asentamiento humano más elevado de Europa.

Con una cuadriculez, a la que ya me voy acostumbrado, me repitió uno tras otro, los sitios de interés turístico de la región. Yo insistí. Quería un trekking en las montañas. Señalando en el mapa, yo le indicaba la región de Svaneti, siguiendo la carretera mas directa sin pasar por Mestia.

Con un teléfono, no de última, sino más bien primera generación, y ya un poco desesperada ante mi insistencia, la delgada y poco agraciada chica, marcó un número y me tendió el teléfono.

La voz proveniente de la oficina de turismo de Mestia fue también clara y concisa: La carretera que yo queria tomar estaba cerrada, había un puerto con más de 2600 metros que en este justo momento, tenia 50 centímetros de nieve, y hasta mediados de julio, la nieve, y el barro hacía que fuese impracticable. La única opción, era llegar en coche hasta Koruldashi, y cruzar el escarpado puerto andando.

Tras una caminata de 7 horas podíamos llegar a Usghuli, pero teníamos que tener cuidado con los perros pastores que suelen ser muy agresivos, con los jabalíes y con los osos. La aventura estaba servida, como nos íbamos a negar ante tanta dificultad. Parecía casi inviable que pudiese empeorar nuestra suerte.

Parecía casi improbable que en lugar de Koruldashi, nos equivocáramos y dejásemos el coche en Tsana unos 6 kilómetros más abajo.

Parecía casi absurdo pensar que la tortuosa carretera, encajonada siempre entre un rio y la verticalidad de las montañas, repleta de vacas, cerdos, gallinas y lugareños fuese intransitable no después de Koruldashi y sí, desde casi el mismo Lentekhi.

Y parecía también casi imposible que franquear los torrentes de agua, que cruzan a la vez que destrozan los maltrechos caminos que aquí llaman carreteras, iba a ser tan intrincado y laborioso.

La subida al puerto fue dura, pero los siete kilómetros de bajada que nos separaban de nuestra meta se hicieron livianos, empujados por el anhelo de ver las torres que se nos prometían, y se ocultaban entre las montañas nevadas.

Rivalizando con las torres italianas de San Gimignano, aparecieron cuatro pueblos dispersos en la quebrada de Enguri, salpicados con torres defensivas que siglos después de haberse construido continúan en pie, entre pastos alpinos y la mayor cumbre de Georgia, el Sakhara levantándose majestuosamente a sus espaldas.

A Usghuli llegamos a media tarde, cansados pero satisfechos. Usghuli se hizo desear. Es uno de esos sitios que tiene alma y que los turistas corrompemos con nuestros laris, la moneda local, y nuestros selfies, gritos y fotos de amanecer, un pueblo que en invierno permanece aislado con su nieve y sus -30 grados bajo cero, protegiéndose de todo este disparate.

Los desmanes de la naturaleza no han podido con sus gentes toscas, ni siquiera la fuerte avalancha del 87 que sepultó parte del pueblo y mató a más de sesenta personas. De Usghuli, solo puedo decir: que te asombra, te pasma, te fascina y te sobrecoge.

Supongo que hay que confiar más en el azar del viaje, a veces un pésimo consejo, se convierte en una andanza sensacional.