Cómo destrozar un corazón frio y calculador.

Brindando en Georgia.

Decimocuarto post "Living la vida Georgia" 4 de agosto , 2017

Llegamos tarde. La despedida de Renato se celebró, en un pequeño restaurante, en la carretera del monasterio de Gelati. Con nuestro escaso vocabulario en georgiano y estrechando la mano, saludamos a cada uno de los doce ingenieros, que habían acudido, para despedir, al ingeniero que les había guiado, durante más de cinco años.

La presencia femenina era minoritaria, solamente la traductora y yo, nos dábamos cita en la celebración. Rápidamente fuimos colocadas en el centro de la ya más que repleta mesa. Los manjares estaban apiñados, aliñados con nuez, granada y todo tipo de especias. Mientras que los camareros apilaban varios khachapuris, encima de los repletos platos a la manera georgiana, un ingeniero alardeaba de su participación en la construcción del estadio olímpico de Moscú en 1980.

Los ingenieros cuchichearon entre ellos. Finalmente uno sonrió satisfecho. La traductora nos indicó que habían elegido al tamadà, al maestro de brindis y que íbamos a participar en una fiesta familiar georgiana, llamada Supra. El vino casero, como parte inseparable de la tradicional mesa georgiana, llegó en garrafas, mientas que otro ingeniero se jactaba que eran de su cosecha. Todos los vasos se llenaron y el tamadà se levantó.

El primer brindis fue emotivo, tras santiguarse, en un conmovedor discurso, lo ofreció a Dios y a la paz en el mundo. Todos los presentes ratificamos lo ofrendado, levantando nuestros vasos en el aire. Tras unos murmullos de aprobación, repetimos la palabra "gaumarjos", confirmando nuestra adhesión al brindis, a lo cual siguió el choque de los vasos, con el del resto de las personas a nuestro alcance y un trago de vino.

El segundo brindis fue dedicado a Georgia, se deshizo en elogios hacia un pequeño, pero estoico pais y no pudimos sino aceptar el reto y beber en honor a todo lo que decían sobre el pais del cáucaso. Supo como engatusarnos y en el tercer brindis habló sobre los ausentes y sobre todos los que han fallecido y llevamos siempre en nuestros corazónes. Era imposible negarse a brindar. El tamadà era elocuente e inteligente en el arte de hacer brindis. No cabía duda, que no era la primera vez que lo hacía. Sabia enlazar las palabras y hacer que todos estuviéramos pendientes de su verborrea. En el cuarto brindis su discurso fue para los niños y la vida. Los "gaumarjos" se sucedían. En el quinto vanaglorió a los padres, que nos dan la vida. Cada brindis superaba al anterior. El alcohol hacia que las emociones fluyeran.

En el sexto todos los elogios fueron hacia las mujeres. Las risas y el buen sentido del humor se daban cita y todos los invitados intentaban competir con nuestro tamadà, pero él siempre ponía la última nota. Tras dos conmovedores brindis por los amigos, y por el amor, el tamadà se puso en pie y comenzó un brindis hacia el homenajeado. Renato turbado bajó la vista, mientras estuvo recibiendo halagos sinceros. Uno tras otro, todos los ingenieros se pusieron en pie y trataron de decir algo más original y emotivo que la persona que lo precedía. Las lagrimas de Renato corrían por sus mejillas y todos haciendo como si no existiesen, se sintieron orgullosos de destrozar el frio y calculador corazón del italiano.

Habíamos oído historias sobre el famoso Supra georgiano. No podíamos creer que pudiéramos tener la oportunidad de asistir a uno y vivir una magnifica experiencia en la que te sientan y embarcan en un juego retorico, que te hace reflexionar acerca de tu presente, tu pasado y tu futuro. Solo puedo decir, que cada sorbo fue una forma de revalidar todos los buenos deseos que se habían prodigado y que quedamos totalmente embriagados tanto en cuerpo como en alma.

Pedimos la cuenta ante las risas de todos los georgianos. Según la costumbre de esta tierra, los extranjeros son un regalo de Dios y como tal, fuimos tratados. Con las manos llenas de Churchkhelas, los dulces tradicionales georgianos, Renato fuertemente emocionado fue el último en levantarse de la mesa.

En el estacionamiento, nos despedimos, nos estrechamos las manos y nos abrazamos balbuceando algunos "madloba", la palabra georgiana para dar las gracias.

Esperamos, a la vez que tememos, ser parte de otra Supra - siempre que alguna vez, después de esta cena, seamos capaces de volver a tener hambre.